25/3/10

Perderse es un regalo. Están las grandes avenidas correctamente señalizadas y luego los caminos tortuosos cuya única indicación consiste en una advertencia interior que va mutando escurridiza con el paso de los días. Las personas que frecuentan las grandes avenidas se ponen muy nerviosas cuando por alguna razón tienen que seguir avanzando por una de esas vías menores. ¿Por qué nos desconcierta perdernos? Quizá nos han vendido (o hemos imaginado) que el éxito es una línea recta. Desde el comienzo de todo, el hombre ha venerado la rectitud, una línea imposible, la más alejada de la condición humana. La geometría nos ha engañado: no existe la distancia más corta entre A y B. Nos puede llevar años conectar esos dos puntos. Podemos atravesar ríos de lava incandescente y mares antiguos en cuyo fondo dormita el monstruo, para cada uno el suyo: el mío tiene un cuerno de oro, un ojo y unas alas cuya sola contemplación deja sin habla. Pero perderse es un regalo. Puede que no venga envuelto con lazos ni te lo entregue una cara amable un día señalado. Pero lo es. Por eso me siento feliz en esta época que atravieso. Feliz como un obrero al que hubieran dejado solo en medio de la construcción de una autovía. Llevo un casco azul y me detengo cuando quiero a ver las nubes, sus evoluciones, sus caprichos de ballet ruso. Cuando se pone el sol cargo mi pico a la espalda y me voy silbando, contento con el pensamiento de que pronto estaré frente a la cena y quizá después bajo las estrellas del último tramo del invierno, esas que tardan tanto en decir adiós. No me dieron ningún mapa. Las indicaciones se redujeron a un "estamos aquí e iremos avanzando"; bien, lo acepto, no podía ser de otra forma ni quiero que lo sea. Los grandes héroes de la antigüedad tampoco necesitaron rutas ni dípticos explicativos. Fue su intuición lo que animó a Ulises; y su intuición avivó su fuerza y su fuerza fue la que le empujó a través de tantas auroras de rosados dedos a encontrarse con el hombre que vivía escondido en su interior.
Las grandes avenidas sólo tienen tiendas y franquicias de comida y heladerías en las que suena día y noche George Michael. Creo que no vinimos al mundo para conformarnos con eso. Creo que merecemos algo más por el simple gesto de haber sufrido para llegar hasta esta tierra. Amo mis caminos. Amo la soledad de sus curvas y el hecho de que la iluminación sea tan precaria. Tal y como está, el decorado obedece a un plan y mi misión es descifrarlo. La bestia del cuerno de oro que vive en el fondo de ese mar lo sabe y muchas noches emite graznidos submarinos que le ponen los pelos de punta al cielo. Cuando los escucho sé que me quiere decir algo. Dice: ya puedes ser más ligero que el viento porque de lo contrario iré a por ti y te arrancaré el alma, el resto de tu carne no me interesa.

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