24/2/10

Me gusta cantar canciones de Shakira por la mañana, en el coche, cuando mi mujer me deja en la estación y luego lleva a mis hijas al colegio. Subimos el volumen y cantamos. Mireia se inventa la letra pero mueve mucho los brazos y la cabeza. Cuando acaba una canción que le gusta dice: más, más; eso quiere decir que la vuelva a poner, los niños hacen eso, crean bucles con los que van aprendiendo e interpretando la realidad. Me gusta "Inevitable", una letra sencilla y muy honesta, alguien que te dice ésta soy yo, una confesión a trozos para que el que la escucha componga una imagen y se vea reflejado en ella. ¿Cuántas veces hemos pensado que era inevitable querer a alguien? Mejor dicho, ¿alguna vez es evitable?
Cuando cantamos me gusta mirar a la gente de fuera, a los que cruzan el paso cebra con aire serio, a los que entran en el Opencor con cara de entrar en el Pentágono y luego salen con el periódico y un huevo de chocolate. Creo que la gente debería cantar más. Cantar es un ejercicio de fortaleza moral, un mensaje que le mandas a tu suerte: juega conmigo, no pasa nada, no voy a enfadarme, cuando vengas estaré cantando, le decimos. ¿Para qué sirve el pudor? No conozco a nadie que le haya hecho feliz. Tampoco hay canciones que hablen de él. Me gustaría entrar al médico cantando. Cantar en las Administraciones de Hacienda. Cantar en las zapaterías y en los lavabos públicos. Cantar cuando aparezca la muerte con un maletín de piel sintética y su traje barato.
Cuando miro por el espejo del quitasol a mis hijas me emociona pensar que siempre recordarán esto. Ir en un coche por la mañana escuchando canciones que siguen y aprenden mientras construyen videoclips improvisados con las cosas que van viendo. Los sentimientos se asocian a imágenes. La música le otorga una lectura extra a la realidad. La mejora.
Pienso en mi madre y en mi infancia. En los días en que todavía no iba al colegio y me quedaba jugando en casa todo el día. Escuchaba a mi madre al fondo de la casa, cantando. Algunas de esas canciones las podría cantar ahora mismo: Raphael, Karina, Sinatra. Hilos que propagaban el aire de partículas dulces que mi organismo asimilaba como un nutriente. Esa voz nunca deja de sonar. Nunca se apaga. Una canción puede durar tres minutos o treinta años. Depende del que la escucha.
Papá, súbela, dice Alba. Papá la sube. Papá, quiero la de la soledad en italiano. Papá pone La solitudine y la canta en italiano mientras afuera nieva o no, mientras afuera vuelan los paraguas, mientras afuera la gente se empeña en que la vida sea una conferencia de la ONU aunque las banderitas de las mesas sean de papel charol y representen países imaginarios. Qué desperdicio de tiempo la seriedad.

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