8/2/10

Los escritores que me gustan no tienen escuelas de escritura en las que enseñar a la gente a escribir como ellos. Es curioso. Muchos de los que no me gustan o nunca leeré las tienen. ¿Por qué hay tantos talleres, masters, academias, centros y plataformas dedicados al bello arte de la escritura? Supongo que hay una realidad de mercado. Si los autores no se llevaran sólo el diez por ciento de lo que vale el libro habría menos iniciativas pedagógicas de este estilo. En muchas de estas se vende a escritores profesionales cuyo único mérito ha sido publicar una colección de relatos en una editorial periférica de tercera división. Yo publiqué hace poco un libro de poesía, ¿eso me da derecho a poner una escuela de poetas? Lo cierto es que hay (entiendo) una necesidad social de expresarse mediante la palabra. Las redes sociales han hecho que los individuos anónimos tengamos una opinión compartible con el resto. Internet se ha llenado de pequeños micrófonos, de pequeños altares unicelulares desde los que alzar la mano para rascarle la punta de los pies a la posteridad. El veneno del yo corre por la red. Gente que te invita a que te hagas fan de ellos mismos sin el más mínimo sonrojo. Personas que te abren la puerta de su mausoleo con la esperanza de que les veneres. Hay demasiada información. Y cuando hay demasiada información aparecen los mercaderes de la excelencia. Todos queremos el bellocino pero hay empresas que te ofrecen atajos a cambio de unas cuantas monedas de oro.
Siempre he pensado que nadie le puede enseñar a escribir a nadie. Es una osadía infantil. Un exceso de optimismo enfermizo y desconsiderado que se disfraza de amor a las letras para sus fines comerciales.
Un escritor es una voz y esa voz no se consigue en ningún taller. Se tiene o no se tiene. Se busca en solitario o no se encuentra. Leer mucho es el mejor camino para encontrarla. Se empieza a escribir cuando se ha leído demasiado, es una consecuencia orgánica, casi una función digestiva del organismo. Imagino que muchos escritores-empresarios argumentarán que ellos ayudan a sus clientes a encontrar esa voz, les orientan a cerca del camino a seguir, les abren puertas que desconocían. Pero a mí me sigue sonando a paternalismo comercial, a hermano mayor que nos presta su, en muchos casos, dudosa experiencia para que alcancemos nuestro trocito de cielo.
En fin, este tipo de negocios seguirán existiendo pese a lo que opine o deje de opinar al respecto. Lo acepto. Lo respeto. Pero que no cuenten con mi dinero.
Sé que este no es el tono de los habituales días del mundo pero es que llevaba algún tiempo con ganas de escribir sobre esto. Espero que no se enfade nadie. Sólo es la opinión de alguien que escribe un blog.

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