17/2/10

La economía, la ecología, la política o la conciencia son un problema de educación. Lo pensaba esta mañana saliendo del Metro, justo en las puertas que la gente empuja a su paso y que luego sostiene o no pensando en los que vienen detrás. Se podría hacer un estudio muy sencillo observando las reacciones de la gente. Está el que entra por la puerta que pone prohibido el paso. Está el que entra despacio y mira hacia atrás para ver si viene alguien. Y están los que entran pensando que ese medio de transporte se pensó únicamente para ellos. Nos pasamos la vida entrando y saliendo de sitios. Solos o en compañía de otros (la mayoría de las veces) ¿Cómo es que nos cuesta tanto asumirlo? El problema de la conciencia política, económica o ecológica pasa por la misma puerta. Necesitamos mirar para atrás y saber que pertenecemos a un ciclo, una gigantesca noria que no se para por mucho que nuestra vanidad nos diga lo contrario. Las infamias que haga hoy son las infamias que alguien recogerá mañana posiblemente aumentadas. Sí. Creo que es un problema de educación. Deberíamos mirar hacia atrás, mucho más allá del pasillo de luz fría que nos lleva a casa cada noche. Por ejemplo, deberíamos mirar a Grecia, aprender de la ordenación de las ciudades a la medida del hombre, esa ley invisible que puso a los individuos frente a los individuos y les dijo que compartían intereses comunes. Las ciudades no son reuniones de casas en las que protegerse del frío y dormir. Una ciudad es un centro de personas que comparten unos valores. Ese espíritu fue el que impulsó la civilización. Ese viento construyó Europa y luego el resto. Cada vez que crucemos una puerta deberíamos recordarlo y mirar por nuestros retrovisores para observar a los que tendrán que llegar, quizá a los que aún no estén entre nosotros pero merezcan disfrutar de las consecuencias de nuestro pensamiento y nuestras acciones. ¿De qué sirve que leamos best sellers si desconocemos las esencias de nuestra cultura, del hilo que nos ha llevado hasta donde estamos? Al subir las escaleras del Metro recordaba Ética para Amador, de Fernando Savater, quizá el libro más transparente que haya leído en mi vida. Necesitamos una ética comprensible para contarle a nuestros hijos. Libros que hablen de la importancia de sujetar una puerta para que puedan pasar los que vienen tras nosotros; de la importancia de la honestidad como valor comunitario, de la conciencia de humanidad como grupo, no como rebaño de banderas, colores o sentimientos nacionalistas. Todo sería más sencillo bajo esa luz. Para terminar quiero que quede clara una cosa: no se trata de salir a la calle con megáfonos o de dar discursos. Yo prefiero decírselo cada día a mis hijas, demostrarles con mis actos que nuestra felicidad es compatible con la de los demás. O al menos intentarlo.

No hay comentarios :