25/2/10

He abierto un agujero en mi vida para que me vean los curiosos. Quiero que sea como esos ancianos que se paran a ver una obra. Los dientes de la excavadora caen al suelo y muerden, después se levantan. La operación se repite una y otra vez pero los ojos la siguen fascinados. Una vida es una obra: la tierra, los cimientos, el reguero de fuego de los soldadores, los descansos, los curiosos que tras la valla ven funcionar el mundo. El agujero es lo bastante grande como para que se pueda ver todo: las caras de cuando me levanto, mis ruidos, mi mano derecha abriendo el frigorífico y la izquierda cogiendo el cartón de leche, la lluvia por el patio, los juguetes que se quedan olvidados en el suelo del pasillo como vestigios de una guerra luminosa. Cada mañana me asomo a mi agujero y fumo un cigarro. Una vida con vistas a un mar de palabras siempre es agradable. Compraría un barco para navegar por ellas. Si tuviera mucho dinero lo haría. El mar de las palabras sería un buen lugar para la siesta. Tumbado y con los brazos bajo la nuca analizaría mis movimientos. Pondría en orden el tiempo. Tiraría cosas. Hasta las tarjetas de los restaurantes que por desidia acumulas en un abrigo y de las que te niegas a desprenderte porque sí.
Al otro lado del agujero pasan los curiosos. Algunos se paran y meten la cabeza sin pudor esperando ver dragones volando. Otros me dejan cosas en el alféizar: piedras de la suerte, bizcochos caseros, poemas. También los hay que se cuelan con la esperanza de robar algún recuerdo. ¿Para qué quieres ese cenicero?, está roto. Pero les dejo que se lo lleven, juego a mirar para otro lado, quizá a las nubes, quizá a mis mazmorras. Cuando la casa está más tranquila echo la persiana del agujero y mi vida se llena de sombra de verano. Los pájaros lo agradecen. Escucho la televisión a lo lejos, como si fuera la confesión de una princesa de cuento, una tenue procesión de palabras que me acompañan al sueño. ¿Qué datos os faltan de mí? Uso un 43. Me afeito en la ducha. Doy muchas vueltas en la cama. Cada vez que se abren las puertas del ascensor imagino que hay un perro negro dentro esperándome, una bestia de dientes metálicos que quiere mi muerte, sus patas son fuertes, su piel reluce, es el animal más bello de la Tierra, y está ahí por mí.
Cuando cierro los ojos se cierran las puertas y caigo por otro agujero que conecta mi casa con mi alma. Son pasillos y pasillos pobremente iluminados por los que camino asustado. Siempre tropiezo con el piano abandonado, después abro la tapa y toco unas notas. Cuanto más toco más intensa se vuelve la luz. El perro negro se sienta a mi lado y toca conmigo. Sonatina para dos manos y dos patas. Qué pena que desde el agujero los curiosos no puedan ver esto.

No hay comentarios :