27/2/10

Escucho que va a venir una tormenta perfecta. ¿Cómo será? ¿Rugirá en latín? ¿Bailará una polka en los salones del cielo haciendo que el frufrú de su vestido cautive a los caballeros que fuman habanos? Me admiran los nombres que les ponemos a las cosas. La perfección que no podemos conseguir se la colgamos a las nubes. De ese gancho penden nuestras fantasías, allá arriba, para deleite de miradas que necesitan algo que les saque de la realidad. ¿Dónde vivirá una tormenta perfecta? Imagino una casa elevada en una lujosa urbanización ártica. La custodian perros de hielo cuyos ladridos tienen el mango de nácar y la hoja de una plata tan pura que hasta el mar se avergüenza de sus pobres brillos. Tendrá una piscina cubierta y muchos manuales de cómo comportarse según los continentes que visita. Europa se merece pasos antiguos, cierta consideración. En América hay que correr por encima de las montañas como un atleta herido. No importa que los pies destrocen casas o que a su paso los coches vuelen como en los cuartos de los niños. Asia es íntima. Asia es una reverberación del agua, la piel líquida de un tambor que lleva siglos sonando. África no quiere tormentas perfectas, se conforma con sus artesanales imperfecciones que vende en las tiendas de sus aeropuertos. Oceanía duerme. No la despiertes. Su gigante de faldita de hojas se pondría a llorar y provocaría peores desgracias.
Cuanto más perfecto eres más sólo estás. Esto lo sabe la tormenta y quizá tenga un azulejo a la entrada de su casa, donde cuelga las llaves, que lo ponga con una caligrafía desconcertante. A más perfección más soledad. ¿Por eso brama con más furia? ¿Por eso quiere demostrar con su poder que pertenecemos a un género débil y menor condenado a temblar a su paso?
Les ponemos nombres a las cosas a nuestra propia imagen. Lo que no tenemos lo proyectamos en un más allá desconcertante. A cuántos nos gustaría ese adjetivo junto a nuestro nombre y cuántas vueltas damos en vano para conseguirlo.
Cuando llegue la tormenta quiero que me pille leyendo. Con este gesto quiero que entienda que su perfección me trae sin cuidado. Seré esa estatua de hombre leyendo en su casa, fechada sobre el año 2010, autor desconocido. Cuando pase sobre mi cabeza nos miraremos como en los westerns. Esta tierra ha pertenecido a mi familia durante generaciones, le diré. Te doy dos minutos para que te largues y no vuelvas, dirá ella. Si falla este lance sacaré mi propia tormenta; dista mucho de la perfección pero tiene unos rayos afilados y negros que podrían asustarla y yo ganar tiempo. Tu tormenta no es perfecta, me dirá riendo mientras se sujeta su tripa de nubes con las manos. Sé que no es perfecta, pero es mía, responderé. Creo que esto funcionará.

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