22/2/10


El tobogán es del mismo color que la casa. Entre los columpios hay un trozo de cielo que no existe, el rotulador no lo ha pintado todavía y puede que ya nunca lo haga. Las ramas del árbol son magnéticas, apuntan hacia el sol, que permanece minúsculo en el vértice superior derecho del paisaje. Me gustaría que el cielo real fuera así, que Dios hubiese apretado más en algunas partes y en otras se hubiese cansado (pensándolo bien, ¿no fue así?). El tronco del árbol es parte de la casa, casi una bisagra por la que se puede doblar la vida. La hierba tiene verde y pequeñas sombras marrones, casi un descuido de la mano o quizá una estrategia secreta del árbol para influenciar al horizonte con su severo realismo.
Sé que Alba vive en esa casa. Sé que se asoma por la ventana redonda del segundo piso y que riega las cuatro flores moradas de la entrada. ¿Viviré yo allí? La fachada principal es roja. La puerta es naranja, de madera, parece un traste de guitarra, un pedazo de mástil en el que un picaporte redondo indicase pulsar la segunda cuerda más aguda. Me dan ganas de hacerlo por ver qué pasa. Puede que al deslizar mi dedo índice sobre ella comenzase a escucharse el balanceo oxidado de las cadenas de los columpios o el vaivén helado de las ramas en medio de la calma de una mañana cualquiera.
Pero vuelvo al cielo. Quizá sea la parte que más me llama la atención. La turbulencia de azules me predispone a encontrar algo que desconozco. Me habla de un día imaginado por la propia felicidad para hacer cambios. Es difícil establecer la lógica de este argumento pero se trata de una sensación que me acompaña desde la primera vez que vi este dibujo.
Creo que mi hija ha hecho esto para decirme algo. Creo que tras la pared roja hay un hombre dormido. Tras la puerta de guitarra hay un ojo que se arrastra por el suelo intentando abrir la puerta. Pero no puede. Voy a pensar que el trozo de cielo que falta por pintar es una puerta para que escape el habitante fantasma. Una señal, sí, o quizás una llamada ilusoria para atravesar el papel y recuperar el escenario, la posición, el sitio que debe. Sé que el hombre dormido tras la puerta soy yo esperando una respuesta. El árbol me custodia. Su bisagra está unida a mi carne y al girar cambiará el curso de lo que pase.
Alba ha dibujado un mapa y me lo ha dejado encima de la mesa de mi estudio. Los niños son emisores de intuiciones. Utilizan colores, formas, perspectivas antiguas e imposibles para ponerse en contacto con el mundo adulto. Alba quiere que abra esa puerta y me cuele por el espacio vacío de cielo. Quiere que la siga porque sabe que a mí también me aburre a veces la realidad. Admiro que no haya perros ni familias ni pájaros en su dibujo. Está claro que me está diciendo algo sólo a mí.
Vuelvo a mirar el tobogán. Ahora entiendo que la parte final esté cortada. Se trata de una salida de emergencia por si no tengo valor para adentrarme en el cielo blanco. Me da una alternativa. O quizá conduzca a ese mismo lugar en el que nunca he estado.

No hay comentarios :