21/2/10

Ayer me quemé con el horno. Salió aire a doscientos grados al abrirlo y mi mano derecha, que tenía ansia por sacar la pizza, se encontró con aquella lengua de fuego invisible. Sólo era aire caliente pero mis dedos se volvieron de pronto como esos finlandeses que vienen a Mallorca en verano. Tuve que cenar con la mano metida en una taza con agua fría. Mireia se reía pensando que su padre es alguien que el cielo le ha regalado para que le haga reír, un payaso de los que saltan con un resorte al abrir la caja. Puede que sea así y mi presencia en esta tierra se limite a eso. Alba, en cambio, me miraba con ojos que empiezan a practicar lo maternal que vive dentro de cada niña. Después de cenar Nuria me puso crema. El amor es buscar un tubo en el cajón de las medicinas cuando no tienes ganas de hacerlo y luego abrirlo y extender la pomada con la punta de tus dedos, hacerlo despacio y que se note que te importa lo que estás haciendo, que no es cualquier cosa, que el destino te ha llevado a este punto por una razón exacta. Con la mano ya blanca el dolor se entretiene, parece como si se diera la vuelta y contemplase una ladera nevada en Suiza, incluso echa de menos saber hacer fotografías para quedarse con ese recuerdo. Cojo un libro de Marguerite Duras, Escribir. Lo leí hace más de quince años pero se lo dejé a alguien que no me lo devolvió. Ayer lo encontré de nuevo en una librería de la Castellana y dije: mío. Leí a Duras con una mano quemada y volví a sentir la envidia que siempre me ha asediado por dentro desde que empecé a leerla. Me paro en una frase que no recordaba: escribir es estar delante de nada; cierro el libro y me quedo pensando, debería estar un año pensando solamente en esta frase, no leer más, no hacer más, estar delante de nada. Compruebo que la contraportada del libro se ha manchado con la pomada, junto al trozo de reseña que asegura que su escritura es ella misma. Restauro la zona y me digo "desde luego". No podría ser de otra forma. ¿De qué vale una escritura que aterrice fuera de ese país? Herta Müller está celosa de la recién llegada. Cerré El hombre es un gran faisán en el mundo para abrir el de Duras. Lo siento, Herta, a Marguerite la conozco de mucho antes.
En la cama volvió el dolor de la quemadura, la palpitación de la mano convertida en un corazón anómalo sobre la almohada. El dolor y sus tambores alejándose despacio -después de la batalla- por un valle quemado.

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