6/1/10

Roscón y wii. Fuera, unas nubes que parecen los restos de una sábana que hubieran mordido unos perros rabiosos. Dentro, el olor del chocolate y toda su parafernalia que pone los semáforos en verde para recordar otras épocas, otras edades y otros años que desde lejos dicen adiós. Alba es Hannah Montana, lleva todo el día siéndolo de pies a cabeza, de peluca rubia hasta botines tejanos de color granate que los tres reyes que atraviesan montañas de noche le han dejado. Mireia es Bella Durmiente pero no quiere ponerse la capa ni los zapatos, le molestan para correr por el pasillo. El juego no se acaba nunca. Estas tardes llevan trozos de tiempo congelado en las manos y nos los tiran a la cara riendo para que los cojamos. Alba es buena con el tenis de la wii, los jugadores tienen cabeza y un cuerpo cilíndrico muy poco definido, todos se mueven con una determinación alegre y artificial como si el mundo no fuera con ellos. Después del chocolate sube la temperatura. Tras el mirador del salón el invierno lo tiene todo muy bien organizado. Las sábanas mordisqueadas han cambiado de color, ahora son violáceas y se arrastran al sur a paso lento. ¿En qué consiste la felicidad? Nadie ha encontrado la figurita del roscón, debe estar en el trozo olvidado que ha quedado en la bandeja. Alba quiere cortarlo para encontrarla. Me gustaría ser esa figura hecha en la China, una reproducción a escala de mí mismo sonriendo o con un cordero en los brazos o arrodillado cortando una flor y con el rostro encendido de un candor propio de países de más al norte. Sería bueno que tu figura fuese una sorpresa para alguien: hola, estoy aquí, soy yo, colócame en alguna repisa de tu cocina para que no me olvides nunca. La felicidad consiste en hacerse pequeño, es eso. Gracias, roscón.
Son las ocho, la casa se ha vuelto a quedar con nosotros cuatro. Recogemos las cajas de los juguetes, metemos los papeles de regalo en una bolsa de basura. Abrimos el grifo del agua caliente de la bañera. Se acaba el día. Se diluye en el aire otra navidad de la que sólo quedarán unas fotos dentro de algún tiempo. Ves, esta eres tú tomando chocolate, esta era la casa en la que vivíamos. No me acuerdo de ese sillón, diría alguna de mis hijas. Hasta que ese día llegue seguiremos jugando. Sacas tú, Alba. Mi mando juega a ser raqueta en el aire, la pelota traza una curva y cae al campo contrario. El partido sigue. Las nubes pasan. El agua caliente llena una bañera blanca en un piso al noroeste de Madrid. Cuarenta a quince. Saco yo y lo hago con rabia. La pelota sale de la pantalla y asciende al cielo y se pierde más allá de las nubes y los perros rabiosos que las mordisqueaban.

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