12/1/10

No podía dormir. Por eso estoy aquí. Escribir es un buen refugio ante el insomnio. No puedes dormir y te levantas y enciendes un ordenador; parece que todo se arregla así, tan fácil. ¿Qué electrodoméstico habría que encender cuando pensamos que no podemos vivir? Debería haber otro, te diriges a él y aprietas su interruptor, quizá se encendería otra pantalla, quién sabe. Siempre me han gustado los aparatos. Me gustan de todo tipo, útiles e inútiles. Recuerdo mi primera radio, creo que me la regaló mi abuelo cuando tenía ocho o nueve años. Los sábados por la noche me quedaba despierto hasta muy tarde escuchando programas de parasicología que luego me robaban el poco sueño que me quedaba. Los aparatos reconfortan. También me gustan los relojes de pulsera baratos, es una manía que me viene de esa época o incluso de más pequeño. En mi familia era una tradición darme relojes que no funcionaban; los destripaba muy serio intentando descubrir el mismísimo misterio del tiempo. Siempre me han gustado las actividades solitarias, tiendo a la observación de mis propios ruidos y a compararlos con el resto de cosas y seres que habitan el mundo, debe ser una clase de vanidad muy rara que sólo se da en uno de cada cinco millones de personas, una vanidad que mezcla tal cantidad de timidez que muchas veces me espesa hasta solidificarme. Vale, los aparatos sirven para cuando no puedes dormir o para quitarte el sueño, una ambivalencia reconfortante en cualquier caso.
Escribir (no, mentira), el proceso que antecede a la escritura es el que segrega las sustancias que le vienen bien a mi sueño, no en primer término sino a la tormenta que no me deja dormir. Uno se acaba haciendo rey de sus propias estupideces y se pone muy ufano su corona y dice: a ver, que empiece la fiesta que han preparado para mí. ¿A quién le importará que yo tenga insomnio o que me guste destripar relojes? No, la pregunta no es esa, la pregunta honesta es ¿a dónde quiero llegar contándome todo esto? Creo que falta mucho para llegar a ese pueblo. De momento sigue la peregrinación, los pasos atolondrados de un mono perdido en el gran palacio de la luz, el mono buscando una puerta que dé a otra puerta que dé a otra puerta, tal y como aseguraba la profecía. El mono empieza a tener sueño. El mono confunde las letras, trastabilla, se embarranca en mitad de la madrugada buscando artilugios que destripar. Dentro de los relojes vive el tiempo, eso es lo que debía oír de pequeño; por eso mis dedos sacaban arandelas y engranajes; por eso mis ojos se encendían ante las tripas del tiempo. Un mono con un reloj roto. Que me disculpe mi vanidad pero creo que acabo de dar con una frase que por fin empieza a hablar un poco de mí. Buenas noches, Luis o como te llames.

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