1/1/10

Lo primero que quiero hacer este año es cargar contra la estandarización de los buenos deseos. ¿Qué nos pasa con los mensajes de móvil que parece que somos incapaces de descender a lo personal, de tocar al otro, o al menos intentarlo, con unas palabras que no sean nada más que para esa persona? Creo que el problema arranca en este entorno desproporcionado de mensajes comerciales que tenemos que soportar en estas fechas. Tengo cansancio corporativo, profundo cansancio corporativo. Las marcas se asoman a mi intimidad con ridículas formulaciones de paz, progreso, compañía, amistad, cercanía, confianza y demás sandeces que no me creo ni quiero escuchar de alguien que sólo persigue mi dinero. Que lo hagan las marcas vale, lo entiendo, su demagogia está justificada, al menos para ellos. Pero que me lo haga una persona es imperdonable. Ayer por la noche tuve que soportar algunos mensajes así de semiconocidos o semidesconocidos que se colaron en mi cena con estúpidos propósitos de felicidad, buenas energías, compañerismo, fortaleza y visionarios horizontes de optimismo barato. ¿Es que son chamanes y yo nunca me he dado cuenta? ¿Lo harán por paternalismo? ¿Serán condescendientes conmigo? ¿Su semiamistad les otorga el derecho de jugar a las profecías cuando se acaba un año y empieza otro? Debería estar prohibido mandar el mismo mensaje a un grupo de contactos a la vez. No quiero formar parte de ninguna escuadrilla ni de ningún rebaño salvo el mío o el que yo me invente. No necesito mensajes estandarizados para que mi moral se yerga como Ícaro; por favor, tengo cuarenta y tres años, debería haber contestado, no me trates como un preadolescente falto de estima.
Sé que no es muy correcto empezar el año hablando de estas cosas: me da igual. No he venido al mundo a ser correcto o incorrecto, he venido a intentar (a que me dejen) ser yo; ese es mi trabajo y es un trabajo duro y mal pagado (como dirían en una película de serie b) pero es el único que quiero hacer. Sé que para un primero de enero más de uno esperaría otra cosa de mí; siento decepcionar a los que así piensan, incluso entendería que dejaran de leerme si en tanto estiman la práctica colectiva del papanatismo navideño. Que arremeta como un toro herido contra ese tipo de deseos automatizados no significa que no quiera que mis amigos o la gente que conozco o incluso la gente que acabo de conocer me deseen de forma natural y personal que el año que empieza sea dichoso o mejor que el que terminó, yo sin duda les deseo lo mismo a todos ellos pero nunca se lo diré como si yo jugara a ser un pequeño y pretencioso mercachifle de turno que subido a un taburete se dirige a la clientela para comunicarle sus mejores deseos.
Siento el tono. No era mi intención hablar hoy de esto. Hubiera preferido hablar de la luz de enero y del silencio de las calles y de lo que se siente al despertarse en un trozo de tiempo desconocido e intacto. Bueno, seguirá estando ahí mañana.

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