30/1/10

La vida sigue a pesar de los telediarios. La ropa se sigue secando al sol dejando en el aire el perfume industrial de los suavizantes de oferta que más se venden ahora. Las personas seguimos riendo, ¿qué otra cosa podemos hacer las personas? El viento sigue soplando, ¿qué otra cosa puede hacer el viento? Mientras tanto, Charles Richter, tumbado en su cama del otro mundo, observa su escala sismológica cuando cierra los ojos y sólo ve tierra. 6,7; 8,2. La realidad, después de temblar, duerme la siesta fingiendo que no ha pasado nada, porque la vida sigue a pesar de los telediarios y sus bustos amables que entienden de fútbol y crucifixiones, de aritmética y camaradería. Cuando era pequeño en mi casa se veía el telediario mientras comíamos. Nunca me gustó esa gimnasia de la actualidad. Voces que pasan de la muerte al fútbol, de la alegría color champán barato de la lotería a los hombres que ponen sus pies en otros planetas. Y tú con tus lentejas. Y tú con tu manzana y tu cuchillo que la circunda para desvestirla. Y el oxígeno que lo rodea todo oxidando su carne y dándonos una clase magistral de lo que hace el tiempo con nosotros.
La vida es circular. No, la vida es hexagonal y caprichosa. Con este mensaje deberían abrir todos los informativos. Y después comunicar que la vida sigue caminando con sus zapatones de suela de tocino, pisando charcos, sobrevolando desgracias pasajeras que se olvidan comprando algo pequeño y brillante que no necesitamos.
Charles Ritcher abre los ojos y se incorpora en su cama. La luz del sábado le devuelve a la normalidad. Sus sensores internos trabajan despacio. La Tierra gira, ¿cuándo ha dejado de hacerlo? Dentro del planeta hay una bestia herida. Las agujas de Richter oscilan. Su corazón se parece al centro de la Tierra. Todos los corazones comparten inquietantes similitudes. Noticia de última hora: mi cocina huele a café. Fuentes acreditadas sostienen que es el mejor olor de este 2010. Las cocinas que no huelen a café se ponen tristes por cualquier cosa. Richter se levanta de la cama y arrastra sus pies hacia el olor de mi cafetera. Me mira. Le miro. Le sirvo. Me sirvo. Beber café con un sismólogo es desconcertante. Los filamentos de mi alma vibran de angustia. Las agujas de Charles no tardarán en delatarme. Antes de que lo haga le digo que la vida sigue. Acabo mi café y abandono la estancia. Después apago el tele y le advierto que no me siga. No me interesa lo que tenga que decirme.
Salgo a la calle. El perfume de los suavizantes industriales me reconcilia con la existencia.

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