10/1/10

La navidad vuelve al trastero. Nuria se encargó de desmontar el árbol y meterlo todo en unas cajas de ikea que dormirán hasta el año que viene en el sótano. Después la casa se queda un poco vacía, con ese sentimiento impúdico de encontrarte desnudo a la vista de otros que no lo están. Los adornos, las luces, los pastores; ahora todos duermen allí abajo a la espera de otro milagro. Dentro de esas cajas también duerme una parte de nosotros, una arqueología momentánea e improvisada de lo que somos, porque, ¿qué somos? Quizá valga como explicación que pertenecemos a un género de adornos que decora el mundo y que con las modas vamos y venimos y salimos y entramos de cajas durante una época con la esperanza de perdurar. La navidad (como casi todas las celebraciones) encierra la metáfora condensada de la vida: comienza, se desarrolla y muere. Por eso hoy la casa está también un poco muerta y mis hijas se han contagiado de su sombra alargada; quizá no sepan explicarse todo esto ni sepan por qué sienten que la extrañeza les ha tomado de la mano y no las quiere soltar. La muerte de la navidad nos coge igual que la muerte de todo lo demás: el verano, un cumpleaños, la fiesta en la que nos reconocen algo, una canción, el capítulo esperado de una serie que al terminar nos deja sin aire y un poco expuestos al vacío del ¿y ahora qué?
Todo lo que acaba produce vértigo. El tren no se detiene en ninguna estación, como mucho aminora la velocidad para que contemplemos los pinos y las casas, a lo sumo las puntas de nuestros dedos rozan los de alguien que está allí abajo y nos mira. Nada más. Después sentimos el tirón de la máquina, el retorno a la inercia, el latigazo que nos devuelve a la velocidad normal con la que atravesamos bosques y noches desiertas.
Después de comer bajaré al trastero, abriré la puerta pero no encenderé la luz, me quedaré allí muy quieto para ver si siento algo especial, una señal de todo esto que estoy contando. Un trastero es un cementerio civil de cosas. Otros dicen que sólo es un purgatorio, un tránsito para lo definitivo que llega un día sin muchas ceremonias en el que decimos esto fuera, esto no vale, esto otro es para tirar. Guardar cosas es otra forma de resistirse a que el tren nunca se detenga. Quizá las cosas lastran el tren para que vaya más despacio. Quiero estar un rato escuchando el silencio de mi trastero; quizá mi alma viva allí o sea ese reducido cuarto blanco con una bombilla que pende del techo. Un hombre de pie dentro de un trastero lleno, un bulto más a la espera de algo.

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