16/1/10

Estoy en la frontera del vacío. No sé cómo he llegado hasta aquí. Recuerdo un autobús viejo y una gran humareda. Llovía. Un hombre disfrazado de policía me ha dicho que espere en esta cola. El resto llevan maletas, bultos, animales pequeños que sacrificarán si aprieta el hambre, uno lleva una lámpara de cristal que se parece mucho a una que recuerdo de casa, de cuando era pequeño. Otro policía pasa con un cubo de agua. Hay que meter las manos y coger la que se pueda. No resulta fácil. Tampoco resulta fácil alisar los nervios del cuerpo oyendo ladrar a los perros. ¿Qué pasará cuando se haga de noche? ¿Soltarán a los perros para que nos muerdan? Me siento muy cansado. El viaje fue largo, ingrato. Tengo la camisa inundada de sudor. Las gotas me caen por la frente. Algunas llegan a mis labios para recordarme el sabor orgánico de mi cuerpo. Mis secreciones me recuerdan que sigo vivo, vivo y esperando en la cola de una aduana.
Hay un cartel luminoso muy grande sobre una barraca. Bienvenido al vacío, el último país. A la puerta de esa barraca hay otro policía que le da salchichas de frankfurt a un pastor alemán, el perro se ha puesto a dos patas sobre su brazo y le ha arrebatado el paquete de la mano. Otros policías que están cerca ríen al verlo. Por megafonía escucho mensajes de cómo debe comportarse la gente mientras espera entrar en el vacío. Se prohibe cantar. Se prohibe masticar. Se prohibe ponerse a pensar en el pasado. Los pies deben permanecer siempre en el suelo, eso habla de que no se puede saltar ni caminar a la pata coja. ¿Quién querría ponerse a jugar en un momento como este? Levanto la mano y se acerca otro policía, no es el del cubo. Le digo que tengo arcadas y que creo que voy a vomitar. Saca un folleto del bolsillo del pantalón y señala un icono de un muñeco vomitando dentro de una señal de prohibido. No me dice más. Se aleja. Me paso la mano por la frente para quitarme el sudor. Mi frente es el parabrisas de un camión cansado. Mi mano viaja por esa superficie para que mi cabeza pueda ver por dónde va. pero estoy parado y con los dos pies en el suelo.
Parece que ahora se empieza a mover la cola. El cielo se oscurece. El sol no está a la vista. Todo pierde intensidad. Parece que la luz es la que gobierna a los policías y a los perros. Una de las mujeres de la cola está rezando en voz alta. Me da vergüenza ajena que lo haga, le taparía la boca con la mano. No lo hago. Voy a empezar una nueva vida en el vacío. Quiero cambiar.
Un agente revisa mi documentación, al hacerlo sonríe; compruebo que le faltan varios dientes pero procuro pensar en otra cosa. La barrera se abre. Mis pasos se aceleran. Ya estoy donde quería estar. Ya he llegado. Bendito sea Dios y sus admirables caminos que juegan al despiste. La gente vuelve a hacer cola para subir a un autobús viejo. Ocupo mi sitio y cierro los ojos mientras el sudor sigue haciendo regueros y vericuetos por mi cara. Diría que es el mismo autobús que me trajo hasta aquí.

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