16/6/09

Los días de lluvia en verano tienen su propia canción, como los lagartos, como las zapatillas viejas, como las migas de pan que se secan en un cajón. La lírica no perdona, avanza conquistándolo todo en su afán de hacer permanecer la belleza: esa es su función, su ridícula causa a la que quiere adherirnos desde por la mañana. Por eso los días de lluvia en verano resultan tan previsibles con sus aceras mojadas y la sensación de que alguien se va asomar a una ventana con un laúd y va a ponerse a cantar en francés. Creo que todo esto no merece más comentarios. Prefiero las anomalías, lo disonante e inesperado; todo aquello que la lírica y sus vestidos de raso no acaban de interpretar de forma respetable.

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