19/6/09

Es verano. Lo pone en el café que me tomo y en las gotas de sudor que me produce: lentas, avariciosas de piel para resbalar. El verano es una mansión de plástico que alguien construye todos los años alrededor de mi cabeza para que me confunda y me falte el aire cuando viajo en metro. Todo lo desolador se concentra en esta época, incluidos los montones de basura que pacientemente va congregando el aburrimiento en los rincones de mi alma. Debe ser así. Son días con cuchillos silenciosos que van matando pobres gentes en los hospitales apartados, que van deshaciendo las tartas de crema que olvidaron los niños. Son días bastardos que se alimentan de luz lechosa y ruido de aparatos refrigeradores. Cuando es verano toca esperar, esconderse, rezar con los ojos vueltos hacia dentro, taparse la cara con las manos y pensar en el invierno, en la elegancia de su uniforme y en las caras de cine antiguo que nos regala para que pensemos que la vida es algo ilimitadamente bello.

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