20/3/09

Mi madre ha venido a cuidar a mis hijas. Mi madre tiene 75 años y si cierro los ojos siento las risas de las tres tan mezcladas que me es imposible reconocerlas: son tres niñas jugando en un mundo al que no tengo acceso. Fuera, la primavera hace sus últimos ensayos, tensa sus cuerdas y comprueba su capacidad pulmonar para los gritos de delirio que avecina. Dentro, la casa es un barco varado en el que una mujer casi anciana transmite los gestos y las miradas a sus nietas. ¿Qué opinará la muerte ante estas estampas? ¿Masticará su tabaco rancio como si nada, dando a entender que los mínimos intermedios de felicidad no van con ella ni rellenan las amarillentas casillas de sus formularios? Mi madre imita sus voces, sus manos viajan de una piel a otra, de un pelo a otro; la luz de marzo las envuelve a las tres (supongo que con manos amorosas) y las hace girar y girar en un vals imaginario.

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