23/2/09

No sé por qué pero el otro día me acordaba de Helene Hanff y las latas de huevo en polvo que mandaba a los empleados de la librería de Charing Cross Road. Sí, fue al entrar en la librería de segunda mano de la que soy asiduo desde hace años; está cerca de la glorieta de Cuatro Caminos, es un lugar imposible donde los libros compiten con el aire para crear su propia atmósfera; todo allí es insostenible y angustioso, no hay casi sitio para pasar por los minúsculos pasillos atestados de libros que huelen a antiguo. Siempre me detengo en la zona de los rusos: un estante bajo al que es difícil llegar o que llegue la vista y descifrar las palabras que un día fueron doradas y que hoy son sombra. Me gustaría que Helene Hanff hubiera conocido esta librería de viejo, este mausoleo de la claustrofobia y el vértigo de las letras olvidadas. Homero se codea con un autor austríaco de novelas románticas; Poe duerme boca abajo pegado a una edición en rústica de Los Versos Satánicos. 
Algún día tengo que mandarle una lata de huevo en polvo a su dueño, a ese hombre menudo que siempre me rebaja un euro del precio que viene escrito a lápiz en la primera página. Que el buen Dios le bendiga y que no permita que el polvo acabe con su historia. No hace falta ir a Londres para enamorarse de nada.

No hay comentarios :