5/11/08

¿Os he hablado alguna vez de la nube que tenía forma de tiburón y que se comió muy despacio un edificio? Sucedió la otra tarde: noviembre y sus espectáculos para gente observadora. Fue justo enfrente de mi casa, un bloque anodino de ladrillos pardos y miradores como cabinas de teléfonos. El tiburón se acercó muy despacio de arriba a abajo, en diagonal, aprovechando que la luz de la tarde era una doncella desvalida que añora el verano. Primero se comió el ático; mala suerte para sus dueños que habían invertido una fortuna en unas lámparas de globo italianas y una celosía de madera de teca de unos veinte metros. Cuando el pez hubo deglutido el ático comenzó a mordisquear el cuarto piso, ese que tiene las persianas siempre echadas y el cartel de "se vende". Me sorprende que nadie gritara o que el conserje no hiciera aspavientos para asustar al escualo. 
Lo que vino después resulta fácil de imaginar. Lógicamente el edificio desapareció por completo, quedó un solar con algunos enseres desparramados a merced del viento. La nube se retiró con la panza hinchada -y supongo que satisfecha- hacia el oeste; en su huida se convirtió en un caimán y después en un pato.
Esta mañana me asomé a la ventana del cuarto de mis hijas, me sorprendió ver el hueco, como una encía sin muela, un simple habitáculo yermo al que ya ninguna nube observará al pasar.

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