1/10/08

Manzanas, sandías y diamantes. Mi hija pequeña, Mireia, observa el panel luminoso de la máquina tragaperras mientras pido cambio para comprar tabaco. Le gusta subirse a un taburete y mirar las lucecitas y los dibujos de las diferentes frutas que giran enloquecidas. Si coinciden tres iguales te sale una cascada de monedas de un euro. ¿Qué relación tiene la fruta con el dinero? Manzanas, sandías, cerezas, plátanos y un diamante inmenso como los de las películas de Peter Sellers. Mi hija mira y no puedo imaginar lo que dictamina su cerebro. Las ruedas se mueven acompañadas de una música ratonera que, supongo, debe cumplir alguna función: ¿acelerar el pulso de los curiosos que palpan morosamente las monedas de su bolsillo? ¿producir confusión en el cerebro para que el sentido común se vea incapacitado de decir "no"? Ahora el diamante se ha parado en la casilla central, las frutas a su lado siguen corriendo; imagino su envidia al comprobar que el rey de la máquina es el diamante, ellas son obreras abnegadas que cumplen una oscura función de relleno. El diamante brilla y si pudiera hablar me diría: "echa una moneda, hombrecillo ridículo, tengo a tu suerte secuestrada aquí dentro y si no haces lo que digo, morirá".
Llevo el paquete de tabaco en la mano, intacto, con el plástico terso, tan perfecto que apena abrirlo y fumar, pero mi hija no quiere despegar sus manos del panel, después acerca la cara y saca la lengua, quizá ha comprendido que la máquina tiene rehenes dentro y supone que necesitamos un plan. 
Vamos a casa, Mireia, le digo cogiéndola en brazos. Dile adiós a la máquina. Adiós, máquina, guárdanos un diamante para mañana.

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