22/10/08

Caigo dentro de mí por un tubo de gigantesco diámetro. Siento un zumbido en los oídos que se va fundiendo con la lluvia de fuera. Mi descenso es una señal, un pañuelo de seda que el tiempo ha dejado caer desde su tejado; lo miro, sus ondas me conmueven vistas desde abajo. Entro en otra región de mí, lo siento, mi carne seca se ha separado del resto como las partes de un cohete al abandonar la atmósfera. Saludo al que fui y lo hago con una cortesía impostada, no puedo negar el desinterés que me producen los sabidos episodios de su vida. Voy a una tierra oscura o a unas aguas densas, quizá sin peces, que me acogerán como a un extranjero voluntarioso que busca raíces y trozos de maderas para comenzar a construir su casa. Caigo de espaldas y no digo adiós. Las horas ya son leves. Han prometido un circo en miniatura para recibirme y el campanilleo de los adornos de los elefantes será suficiente música para complacerme. Que no me espere el que fui. Que lo carbonicen o lo usen de almohada o lo fundan para hacer neumáticos. Da igual. Ya no son mis cuentas ni posesiones. La piel antigua queda doblada al fondo del armario, junto a los skies viejos y las cartas. Tirad lo demás. El que vuelva será otro y otras serán sus cosas, sus camisas y la colección de manías que traiga, otra su forma de sentarse y pedir agua, otra la forma de mirar por la ventana. Ni los zapatos antiguos le servirán para caminar, porque sus leyes biomecánicas se habrán alterado y ni sus mismos pasos le servirán para avanzar. Que nadie me moleste, que nadie murmure mientras mi cuerpo abandona su anterior estado y se prepara para esta nueva vida.

No hay comentarios :