20/9/08

Reivindico la música ligera, las fotos de mi padre en el faro con su fred perry color granate y el cigarro entre los dedos. Si tuviera un piano de cola blanco y algo de paciencia haría una canción tipo “abrázame” o “tu nombre en las olas”.
A ver, hablo de un verano en las rodillas de mi madre. Su vestido blanco y los sidecars bordeando la montaña. En el apartamento, piso diecinueve, tirábamos la basura por un tubo y al llegar abajo hacía un “pum” muy dulce. Mi padre me asustaba con una culebra de plástico. Extraña relación siempre la de un padre con su hijo.
Luego está el asunto de las fibras: Veranos acrílicos escuchando a una solterona que se quejaba de falta de amor, canción tras canción. Echaba chispas como un pijama nuevo, barato bajo las sábanas. La única defensa era soplar por la pajita del granizado, dirección la luna o correr a la playa y enfrentarse al mar. Yo no soy esa, decían los altavoces bañados por esos focos verdes que nunca más he vuelto a ver, ¿quién eres tú, entonces? La solterona de voz ginebresca no sabía que esa noche yo tendría la prueba de la vida extraterrestre: Luces rojas y azules girando en circunferencia a la distancia de tres dedos míos del horizonte. Una resistencia eléctrica se encendió en medio de mi sangre. La puta música seguía dale que dale.
Justo por aquella época las respectivas epidermis de mis padres eran la piel de un tambor que el tiempo tocaba para desquiciarme.

No hay comentarios :