14/9/08

Ayer estuve en casa de mis padres. Antes de llegar, en el coche, iba pensando en el hecho de que se hagan mayores. Siento la responsabilidad natural de cualquier hijo ante una situación así; el problema es que no consigo aceptarlo. Uno siempre ve a sus padres en la misma fotografía, ajena al tiempo. Yo, por ejemplo, los recuerdo en una de hace quince años; se fueron a Miami de vacaciones y se hicieron una foto en la embarcación de la película La Reina de Africa. Están serenos, sonríen, miran a cámara pero en realidad se están mirando el uno al otro. Los matrimonios se convierten con los años en barcos lentos y acogedores que bordean la costa de los problemas, se inventan un mar de un azul que no existe, con peces plateados que saltan por la proa. Si lo piensas es la única garantía para seguir navegando. Esconder los mapas, apagar la radio y bailar. No hace falta saber más.
Lo bueno de las fotografías es que te miran desde un marco, en el tercer estante de la librería; lo bueno es que nunca llaman a horas inesperadas y dicen: "mamá se ha caído en la acera, mientras esperaba un taxi y se ha roto dos dedos del pie" o "papá lleva dos días mareado sin levantarse de la cama". El tiempo toca el tambor todos los días, nunca cambia de ritmo, toca y toca. Algunos se tapan los oídos (yo) y otros hacen como que no lo escuchan, asumen su estruendo y lo colocan en el montón de los otros ruidos del día.
Mis padres encaran las últimas rectas de su vida. Su camino se vuelve oscuro. Atrás quedaron las vallas que anunciaban preciosas casas para soñar y señales luminosas que convertían la ilusión en esa camisa limpia que te espera cada mañana en el armario. Una recta gigantesca y lóbrega que acabará en un túnel.
Siempre que voy a casa de mis padres pienso lo mismo: la foto, el camino, el cielo que se oscurece y se puebla de aves extrañas que migran en dirección contraria a la mía. Señales que superan mi resistencia.
Después, a la vuelta, la tragedia se diluye como una gota de leche en el té, pierde su estructura esférica y se desmadeja feliz hacia lo profundo convirtiéndose en nada hasta la próxima vez que les vea.

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