31/8/08

Ya no se oye nada. El día guarda en su maleta todos los instrumentos con los que nos ha desconcertado: el rallador de queso con el que hace los sonidos de incertidumbre, la botella esmerilada de anís que simula una alegría falsa y no pedida, y unos zapatos de tacón que utiliza al amanecer para hacernos perder los nervios. Todo ya es recuerdo y sombra, líneas que se desvanecen en el aire, polvo de tiza que un maestro viejo ha esparcido con desgana en la clase vacía. Ahora la noche da un paso adelante en el escenario. Se detiene. Espera unos aplausos que no llegan. El patio de butacas está ausente, repasando la lista de mañana: 2 mentiras nuevas, 1 kilogramo de palabras balsámicas, pinzas para que el viento no se lleve los deseos y una bolsa con arena de playa que no se escape entre los dedos. La corriente eléctrica dibuja cuadrados amarillos entre el cemento alumbrando el apretón de manos entre todo lo que muere y todo lo que nace.

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